Adriana Treviño Leal

Jardines en la eterna primavera 2020

El 2020 quedará en la memoria colectiva como el año que el mundo entero se vio sometido a una pandemia global. Frente a un virus desconocido y sumamente contagioso, la primera solución fue el confinamiento de todos a las casas. Comienzo a reenfocar la mirada al espacio privado. Removiendo el lente de la óptica social que magnifica ciertos roles femeninos (como el de maternidad) puedo reflexionar sobre la vida que he construido y que a la vez, me construye. Como mujer mexicana que vive en un ambiente conservador, rodeada de rígidos parámetros sociales, me doy cuenta de que mi identidad se funde con la del colectivo basada en constructos sociales que históricamente han servido para gobernar las vidas de las mujeres.

Remonto al mito de Flora y Céfiro tal como lo cuenta Ovidio en Fastos. Chloris , ninfa de las llanuras felices, raptada y violada por Céfiro, viento primaveral del oeste. Flora cuenta a Ovidio, “Sin embargo, enmendó su acto violento, dándome el nombre de esposa, y no tengo queja alguna de mi matrimonio. Gozo de una primavera eterna: el año está siempre sonriente, los árboles tienen siempre hojas, la tierra siempre pastizales. Tengo en los campos que constituyen mi dote un jardín exuberante...” (Ovidio, Fastos Libro V) Céfiro “enmienda” el daño que le hace a Chlóris dándole el título de esposa y convirtiéndola en la Diosa de las flores. ¿Cómo continua la esencia de este mito en nuestros días? ¿Cuántas mujeres no son sometidas por actos violentos por hombres? ¿Cuál es nuestra tolerancia a estos actos, que muchas veces pasan bajo la protección de la privacidad del hogar?

A partir de estas reflexiones nace este proyecto fotográfico, en donde a través de las flores recreo jardines. Las flores están puestas en escenas donde se crean paisajes oníricos que a su vez son metáforas de la exploración interior sobre los constructos femeninos impuestos. Estas flores, cuya imagen delicada, sutil, suave y femenina, a simple vista, son metáfora de la discrepancia entre el deber ser de la mujer en la conciencia colectiva y la individualidad de cada una. ¿Qué sucede cuando la ”eterna primavera” pierde su encanto?

La serie comienza con las flores sencillamente acomodadas en floreros, contenidas, listas para adornar. Conforme avanza el proyecto las flores se salen de los floreros y forman jardines. Los jardines se van haciendo más oscuros y caóticos. Termina la serie con flores salvajes, recortadas de terrenos baldíos y montes que crean un paisaje oscuro, escaso de flores y mucho menos opulento que los otros.

Es interesante como a lo largo del proyecto surgió una metáfora no intencional en cuanto a la evolución de las imágenes. Las flores de florería, cortadas, hibridizadas, manipuladas para que duren más. Dominadas y subyugadas por el hombre creando flores cada vez más grandes, ostentosas y coloridas. Flores producidas intencionalmente, cultivadas para su venta y juzgadas por la perfección de su forma. Flores que están diseñadas para adornar espacios. Similar a la dominación de la mujer por el hombre, los estándares de belleza cada vez más inalcanzables. La tortura de los cuerpos, tanto en la violencia hacia ellas como la mujer violentando su cuerpo para transformarlo en el ideal masculino. La regulación del cuerpo, las leyes que toman las decisiones por la mujer entorno a su cuerpo. Rita Segato establece lo siguiente en su ensayo Patriarcado: Del borde al centro.

Nunca hubo más leyes, nunca hubo más clases de derechos humanos para los cuerpos de seguridad, nunca hubo más literatura circulando sobre derechos de la mujer, nunca hubo más premios y reconocimientos por acciones en este campo, y sin embargo las mujeres continuamos muriendo, nuestra vulnerabilidad a la agresión letal y a la tortura hasta la muerte nunca existió de tal forma como hoy en las guerras informales contemporáneas; nuestro cuerpo nunca fue antes tan controlado o médicamente intervenido buscando una alegría obligatoria o la adaptación a un modelo coercitivo de belleza... (Segato 97)

Mientras tanto, las flores salvajes, que crecen libres y descabelladamente en el monte, a pesar de las adversidades de los elementos naturales o los creados por el hombre. Crecen entre las grietas del asfalto, durante sequías y diluvios. Sin embargo, al cortarlas y llevarlas al estudio se marchitan casi al instante. Las flores silvestres sirven a la naturaleza y no la propósitos decorativos del hombre.

Ovidio, Nason. Fastos. Gredos, 1998.
Segato, Rita Laura. “Patriarcado: Del borde al centro”. La guerra contra las mujeres. Traficantes de sueños, 2016.